Publicación académica: open access, bases de datos y otros malentendidos

Los mitos no son exclusivos de leyendas y fantasías populares. En el mundo académico tenemos unos cuantos, aunque no son tan emocionantes. Fuente: Pixabay

Por alguna razón, el mundo de la publicación académica está rodeado de persistentes malentendidos. Algunos de ellos vinculados a espinosas cuestiones económicas, a saber: temas como la supuesta estafa que representa que las bases de datos vendan a las universidades la información producida por las propias universidades o la ominosa idea de una ciencia donde publica el que paga, no el que el hace la mejor investigación.

Tampoco ayuda el que, como en casi cualquier ámbito en los últimos años, abunden las teorías conspirativas. Para peor, algunas de estas teorías ¡son ciertas!

Para redondear tan surrealista panorama tenemos la existencia (como en toda profesión o colectivo) de algunas tribus urbanas, entre ellas las partidarias de que todo curse con dolor, sin importar si está justificado o no. Lo único importante es que duela. 

La publicación académica

Los malentendidos y posibles mitos en la publicación académica los voy a tratar siguiendo el procedimiento de la sección Depende de mi admirada revista Esglobal. Allá vamos.

«Las bases de datos cobran a las universidades por darles acceso a contenidos creados por las universidades»

Falso. Lo que hace irritante a esta forma más bien demagógica de expresar la supuesta denuncia son dos cosas: primero, las bases de datos no venden información producida por las universidades, sino que venden información y servicios de valor añadido creados por las propias bases de datos. Dicho sea de paso, a la información que de verdad han creado las universidades, es decir, a los artículos en sí, pueden acceder sin necesidad de las bases de datos bien porque sean publicaciones open access o bien porque la universidad está suscrita, cosa que depende de la editorial, no de las bases de datos.

Segundo, incluye el grave prejuicio según el cual los productos elaborados con información deberían ser siempre gratis. Dicho de otro modo, parece que nadie discute que un kilo de tomates valga lo que vale, pero en cambio no entendemos que un producto informativo tenga un precio, aunque sea extremadamente útil y se necesiten equipamiento y profesionales altamente cualificados para producirlo.

Por supuesto, si existen, pueden y deben discutirse los márgenes de beneficio abusivos, pero no solamente en el sector de las bases de datos. Es más, cada vez que se demuestre la existencia de tales márgenes, deben ser denunciados y combatidos con energía.

Tal vez el elemento que confunde mucho en esta cuestión es la diferencia entre abierto y carente de financiación. O, para ser más claros, entre gratuito y carente de financiación. Pero son cosas distintas. Algunas revistas (me adelanto a otro de los temas que trataré) son abiertas, lo que implica, entre otras cosas que son gratuitas, pero no carecen de financiación, de otro modo no podrían hacer su función.

Por tanto, una interesante derivación del tema es la siguiente: supongamos que algún día, no muy lejano, la mayor parte o todas las revistas académicas son de acceso abierto, bajo un modelo u otro. En ese momento, el hecho de que las bases de datos sean cerradas seguramente se percibirá como una anomalía porque habrá un enorme contraste: el acceso a las revistas será abierto, la información y los servicios de valor añadido sobre ellas, no. Como mínimo, tal contraste llamará la atención y la presión para que el acceso a las bases de datos también sea abierto, probablemente se recrudecerá.

Pero, obsérvese que la anomalía no se referirá a su necesidad de financiación, sino a que sean cerradas. Tampoco a que pretendan vender lo que ya tienen las universidades, cosa que no es cierta. Si queremos seguir disponiendo de bases de datos, dados los imprescindibles servicios que prestan y que tanto ayudan al mejor desarrollo de la ciencia, la necesidad de su existencia y, por tanto, de su financiación no será lo que esté en cuestión precisamente.

En resumen:  sigamos argumentado que las bases de datos cobran a las universidades por proporcionar acceso a informaciones producidas por las propias universidades y en lugar de una denuncia estamos presentando una falsedad.

Demuéstrese o al menos, arguméntese, que los margenes de beneficio son abusivos, y la denuncia podrá ser no solo oportuna sino necesaria. O, en su lugar, apóyese, si puede ser de forma argumentada, la necesidad de que las bases de datos dispongan de fuentes de financiación que les permita prestar sus servicios de forma abierta y estaremos contribuyendo a un debate real y seguramente muy necesario sobre el futuro de estos sistemas de información.

«Para publicar en revistas científicas basta con pagar»

Falso. Depende. Ojalá pudiéramos decir que es falso. Es rotundamente falso, por suerte, siempre que se diga de las verdaderas revistas científicas. Por desgracia, existe un desagradable sector de revistas, que son científicas solamente en apariencia, denominadas predatory journals en las cuales, ciertamente, lo único que necesitas para publicar es pagar.

Estas revistas no llevan a cabo ningún proceso de evaluación de los artículos que reciben. Lo único que pretenden es cobrar y a tal fin publican todo lo que reciben. Por tanto, al no ser artículos evaluados, no son revistas científicas. 

En las revistas científicas solamente se llega al pago en caso de que se den dos circunstancias: 1, que el artículo haya superado un proceso de evaluación, que puede durar meses y, casi con toda seguridad, con cambios obligados en el artículo; 2, que la revista en cuestión o bien sea de tipo open access, con costes de procesamiento, o Article Processing Charge (APC), a cargo de los autores, o bien, pese a no ser open access cargue parte de los APC a los autores.

Por tanto, la casuística real es la siguiente (si nos olvidamos de las predatory journals o revistas-estafa): algunas revistas científicas, ciertamente, cobran en concepto de APC, pero no todas. Existen otras, que se financian por los suscriptores o bien por parte de alguna institución, donde no se exige ningún pago por publicar.

Pero lo más importante es que en todas y cada una de las publicaciones que merecen el calificativo de científicas, es imposible publicar sin pasar antes por un doble proceso de evaluación, editorial y por expertos que deja fuera a una buena proporción de los artículos enviados, y que obliga a introducir cambios en casi todos los aceptados. Los interesados, pueden encontrar una explicación del todo el proceso, denominado peer-reviewaquí.

«Es injusto que los autores deban pagar para poder publicar»

Depende.  Los autores pagamos en concepto del llamado Article Processing Charge (APC) u otros similares en las revistas open access que son, precisamente, soportadas por los autores. Por tanto, en primer lugar, si un autor está en contra de este pago, o considera que no puede afrontarlo, puede elegir publicar en revistas que funcionan por suscripción (o sea, las que cobran a los lectores) o en revistas que, aunque sean de tipo open access, no realicen tal cargo por ser revistas subvencionadas o financiadas por una institución. No sé si en todos, pero el ámbito de las Humanidades y las Ciencias Sociales, las revistas no soportadas por los autores aún son mayoría. Ciertamente, esto puede cambiar en el futuro.

Adicionalmente, cabe tener presente que revistas que no son open access, también pueden exigir pagos a los autores en concepto de APC, aunque en estos casos, el cargo puede consistir «solamente» en una parte del mismo. Es decir, aunque solemos relacionar las dos cosas, lo cierto es que el APC u otros gastos a cargo del autor no es exclusivo del open access.

En segundo lugar, si al final el autor no tiene más remedio que pagar por publicar (pongamos que no puede elegir otras revistas), se trata en realidad de una transacción que no solo es provechosa para todo el planeta (acceso gratuito universal) sino también para el propio autor, pese a que ha tenido que rascar su bolsillo (y mucho, según algunas estimaciones los costes por  APC están entre los 1.000 y los 5.000 dólares (aunqe esta última cifra se considera excepcional), dependiendo de la publicación, aunque para Comunicación y Humanidades mi estimación es que nos movemos más en torno a los 1000 dólares).

Ahora bien, creo que la carrera académica es la única del mundo donde, a cambio de pagar por publicar, puedes progresar de una forma definitiva (si se dan también otras circunstancias), lo que implica cambiar de contrato, y pasar tal vez de la precariedad a la estabilidad, o puedes superar evaluaciones periódicas que acaban conduciendo a incrementos en los ingresos (aunque son más bien modestos) lo que a su vez lleva a otra clase de reconocimientos.

Entonces, ¿es una injusticia?. Como decimos más arriba: depende. Los costes se pueden considerar altos, aunque todo es relativo. En nuestro ámbito, como hemos dicho, pueden estar alrededor de los 1.000 euros, y si a esto se suma que a veces debemos pagar traducciones (otros 700-1.000 euros), toda la operación de publicar en una ansiada revista Scopus o WoS puede suponer  2.000 euros o más a un investigador de nuestras áreas. Esto, para una profesión que no se caracteriza por ingresos precisamente altos, y menos si se trata de un investigador en sus primeros años de carrera. Desde este punto de vista, el dictamen de injusticia parece más que evidente.

Pero visto desde otros ámbitos profesionales, podrían pensar que los del mundo académico somos  privilegiados por disponer de esta vía tan transparente de promoción. En otros ámbitos es posible que haya que hacer desembolsos iguales o superiores (en atuendo, en equipo, en desplazamientos, en formación, en relaciones sociales, etc.) y sin tener nada asegurado, porque al final puede que todo dependa de caerle bien al jefe, Bien, no deseo frivolizar, pero es una realidad que no en todos los ámbitos las vías de progreso quedan tan bien establecidas. 

En tercer lugar, y esto es muy importante, resulta que, afortunadamente, al menos una parte de los autores del mundo académico, disponen de ayudas para estos pagos, y al final, en realidad no ponen ni un céntimo de su bolsillo, ni para los APC ni para las traducciones si han conseguido formar parte de un proyecto de investigación financiado (con fondos púbicos en su mayoría).

Por tanto, en su lugar, se hacen cargo de los APC o bien aquellos proyectos de los que forman parte como investigadores o bien fondos al efecto de los que disponen en algunas universidades. Si esta fuera la situación general, entonces el dictamen de injusticia creo que podría desestimarse sin mucho riesgo.

Podríamos seguir alegando razones para el «depende», como el hecho de que cada vez más los artículos tienen, dos, tres o más autores, con lo cual los gastos se dividen por dos, tres, etc., pero los beneficios de la autoría llegan íntegros a cada uno, pero creo que lo podemos dejar aquí para justificar porque hemos respondido con un «depende» a la afirmación inicial.

Otra interesante derivación en este tema es cuánto costaría sufragar los APC en un futuro mundo donde todas las revistas fueran de acceso abierto, comparado con lo que costaría pagar las suscripciones si todas revistas fucionaran por suscripción. Algunas estimaciones dicen que los costes serían equivalentes (lo que parece bastante lógico), ya que los APC están para sustituir a las suscripciones.

Por tanto, si las universidades  dejaran de pagar suscripciones y en su lugar asumieran de forma sisemática los APC de sus autores, el coste final parece que sería el mismo, con la enorme diferencia de que toda la producción científica sería accesible, haciendo realidad el ansiado acceso universal y sin barreras al conocimiento.

«Hay formas de financiar el open access sin que los autores deban pagar»

Verdadero.  Volvemos sobre el tema anterior, pero visto desde otro ángulo, porque hay importantes consideraciones que hacer. Si no pagan los autores, nos quedan otras dos opciones, siendo las más frecuentes o bien las revistas financiadas por suscripción o bien por una institución que asume todos o parte de los costes (p,e, por una universidad).

Todavía hay otras posibilidades, claro, como mecenazgo o publicidad y con un poco de suerte puede que en el futuro se descubra alguna otra o se lancen iniciativas duraderas para evitar costes a los autores, como el posible desplazamiento progresivo de los fondos que las universidades tienen destinados a pagos por suscripciones a pagos para hacerse cargo del APC de sus autores.

Pero nos vamos a centrar en las dos primeras porque por el momento parece que son las opciones dominantes (un capítulo completo dedicado al open access y sus modelos de negocio lo tienen en esta importante obra sobre la situación actual y futura de las publicaciones académicas).

Si la revista la soportan los suscriptores, entonces lo que tenemos es una revista cerrada. Y esta sí que es la opción que deberíamos considerar inaceptable, al menos de cara al futuro a medio plazo, porque la transformación de modelos de negocio tampoco es fácil.

Lo que no nos podemos permitir es no tener revistas académicas. Cumplen una labor valiosísima, de modo que si no existieran habría que inventarlas. Pero si creemos en la idea del libre acceso al conocimiento, las revistas académicas cerradas deberían ir desapareciendo a medida que las editoriales consigan adaptar sus fuentes de ingresos a algún modelo open access o que incluya esquemas de open access. 

Una solución que evita que paguen los autores y preserva en parte los intereses del open access consiste en revistas financiadas por suscripción, por lo tanto, cerradas, pero con opciones de open access basadas en el autoarchivo. Esto significa que los nuevos artículos solamente están disponible para los suscriptores. Sin embargo, pasado un tiempo de embargo, los autores pueden proceder a su autoarchivo, p.e. en un repositorio, con lo cual estos artículos pasan a ser open access.

Tiene la ventaja de ser una opción que evita que tengan que pagar a los autores y se preserva el principio del acceso abierto. Tiene el inconveniente de que es un solución parcial para este último, primero por el tiempo de embargo que puede llegar a ser de varios meses, segundo porque el autoarchivo, por su propia naturaleza, no es sistemático.

Veamos ahora el modelo de la institución que soporta los gastos. Es una opción que muchos no dudarían en declarar perfecta porque reúne lo mejor de los dos requerimientos (sin coste para los autores y acceso abierto). Debemos felicitar a las revistas que lo han conseguido, y aún más a aquellas que lo han conseguido de forma sostenible.

Pero no es una opción disponible para todas las revistas, y muchas revistas de calidad, por la razón que sea, nunca han optado (tal vez porque no han querido, o porque su institución no lo contempla) por esta vía, y su pérdida sería una pérdida para todos. 

Nos quedan la publicidad y el mecenazgo, en este caso, lo más compacto que se me ocurre decir para explicar la situación sería: adelante, inténtelo, y felicidades si lo consigue.

Sin duda, hay otras posibilidades están por descubrir o por desarrollar, y algunas hemos mencioando más arriba. Todo dependerá del vigor que el movimiento open access pueda alcanzar en los próximos años y de lo en serio que los gobiernos se tomen el valor del acceso universal al conocimiento.

«El autor de mayor rango debe firmar primero, y el menos importante, debe firmar último»

Falso. En el ranking de ideas irritantes, esta compite duramente con la primera. El orden de firma, y en particular, la primera posición corresponde al autor que ha hecho las mayores aportaciones al trabajo, aunque sea un becario predoctoral, y la última posición corresponde al que ha hecho las menores oportaciones, aunque sea el director del Departamento (o el rector de la universidad). 

De hecho, en los trabajos académicos donde existe la relación autor/director, por ejemplo en tesis doctorales, lo normal es que el autor de la tesis sea el primer firmante y el director el último.  La razón es que se supone que el director ha puesto al autor en la buena dirección, ciertamente, pero ha sido el autor de la tesis el que ha llevado a cabo la parte principal del trabajo. Por algo se está doctorando él, y no su director (que ya es doctor, dicho sea de paso).

Esta relación ejecutante/director es bastante universal en el mundo científico-académico. Puede darse en un laboratorio, en un proyecto de investigación o en un departamento académico. Para honrar esta relación, las agencias de evaluación reconocen el mismo valor (a tales efectos de evaluación) precisamente al primer y al último autor.

Por este motivo, los investigadores senior que están llevando a cabo tareas reales de dirección están habilitados para firmar los artículos, aunque el trabajo principal lo hay hecho el investigador novel, pero siempre que quien haya hecho la principal aportación en horas de trabajo efectivas, firme en primer lugar. Más información sobre esto aquí.

Conspiraciones y predatory publishers

El lado conspirativo corresponde a la teoría según la cual todo el universo de la publicación académica, y de paso, todo el sistema científico-académico mundial es un fraude porque, al final, publica el autor que paga, no el que tenga las mejores cosas que decir.

Por suerte, es falsa. Otra cosa es que, por desgracia, tiene una cierta base. Débil y fácil de desactivar, pero la base está ahí. El motivo son las llamadas editoriales depredadoras, de las que ya hemos hablado más arriba.

La pregunta que el inteligente lector puede tener en su cabeza es, ¿y cómo sé qué revistas son científicas o qué revistas son predatory? Hay varias formas de saberlo: la más segura en comprobar si la revista aparece en los repertorios nacionales o internacionales de revistas científicas aceptadas por las agencias de evaluación. Si no aparece, el riesgo de que sea predatory es alto. La operación inversa es consultar si aparece en la denominada List of Predatory Journals: si aparece en esta lista se considera «potential predatory publisher«.

Otra forma es examinar su sitio web y sus políticas editoriales. Aunque algunas últimamente dan bastante el pego, en seguida veremos cosas raras, por ejemplo, sitios web muy descuidados o cosas que simplemente no coinciden con el tipo de sitio web de las revistas verdaderas. Claro que hay que tener un poco de práctica para reconocerlas.

La tercera, y definitiva, es ver si se han molestado en revisar nuestro artículo (si hemos sido tan ingenuos como para enviarlo, o hemos querido hacer una prueba) sino que lo aceptan e inmediatamente nos piden dinero para publicar. Pero no se le ocurra pagar para aparecer en una revista que no es científica: perderá su dinero y su prestigio.

De todos modos, la vía más segura es la primera. Si la publicación no aparece en ninguno de los repertorios de revistas aceptadas por las agencias de evaluación, mejor ignorar la revista en cuestión. Puede que no sea predatory pero tampoco le servirá para acreditarse en la carrera académica. Puede consultar una lista de repertorios de verdaderas revistas científicas aquí.

Tribus urbanas

La tribu de la que me gustaría ocuparme en esta ocasión podríamos llamarla la tribu de los PID, o Partidarios de Infligir Dolor.  Formamos parte de ella, aún sin saberlo, todos aquellos académicos que, probablemente por exceso de celo, en alguna ocasión hemos intentado añadir dolor innecesario y, por tanto, irracional a las carreras académicas. Nadie nos debe regalar nada, y menos en un ámbito mayoritariamente financiado con dinero público.  Al contrario, debemos rendir cuentas, y nuestros auditores deben ser muy exigentes. Pero exigir dolor solo por exigir dolor, es absurdo.

El mecanismo general suele ser el siguiente: en alguna instancia académica se encuentra o se identifica algo que puede hacer más fácil, sin retirarle ni un átomo de rigor, el trabajo académico. La reacción de algunos académicos, temerosos de que nuestro ámbito «se vuelva un coladero» será la de oponernos con todas nuestras fuerzas. Dos ejemplos recientes son la minusvaloración que a veces se quiere aplicar a Scopus por el hecho de que acepta más revistas que WoS en el ámbito de las Ciencias Humanas y Sociales y el tema de las coautorías en artículos científicos a efectos de evaluación.

Pero en el mundo de la academia nos gusta presumir de aplicar la racionalidad y el rigor. Esto debería ayudarnos. En concreto, y para ocuparnos del primer tema: que Scopus contenga más revistas no significa necesariamente que Scopus lo esté haciendo mal y otros lo esté haciendo bien. Puede ser justo lo contrario. La clave está en el rigor con que se evalúan las revistas. Si las revistas pasan por una evaluación transparente y bien diseñada, y solamente entran aquellas que la superan, pero pueden entrar todas las que la superan, puede que sea Scopus la que lo está haciendo bien, y otros quienes lo están haciendo (muy) mal. 

Scopus lo estaría haciendo bien, incluso mucho mejor, porque está aplicando racionalidad y los mismos criterios a todas las revistas, de modo que es en Scopus donde la ciencia está mejor representada, no peor. El juicio, entonces no puede basarse en si una base de datos tiene más revistas que otra, ergo, la primera es un coladero, sino si en los criterios que está aplicando y si el desempeño de las revistas se sigue evaluando una vez aceptadas. Según esto, insistimos, puede que una base de datos sea la más exigente con la idea de representar la ciencia real y la otra la que está distorsionando artificialmente la representación de la ciencia con el perjuicio gravísimo que esto representa.  La prueba del nueve en este debate es comprobar si Scopus dispone de criterios de evaluación (como así es) y de reevaluación períodica de sus revistas (como así es).

El segundo es el intento, por suerte desarmado por las últimas normativas de nuestras agencias de evaluación, que no regalan nada a nadie, dicho sea de paso, de que los artículos con dos o más autores valgan la mitad a efectos de evaluación. Esto, como decimos, ha quedado desarmado por normativas que afirman, para simplificar, que «el número de autores no es evaluable en sí mismo». Por supuesto, hay que evitar posible abusos, y estas misma normativas alertan sobre un número de autores que no esté justificado por el tema o la metodología, pero el principio está aquí, y esperemos que haya llegado para quedarse. Era irracional pedir a los académicos que creen redes, que colaboren en proyectos, que trabajen en equipo, etc., etc. y luego penalizarlos por trabajar en equipo.

Para acabar este apartado: de Scopus y de su racionalidad para seleccionar y admitir (o expulsar) revistas me he ocupado aquí y aquí. De la dignificación de los artículos con dos o más autores, se ha ocupado nuestra agencia de evaluación, un análisis sobre el cual (dentro de un trabajo más amplio sobre orden de firma) he publicado aquí

¿Conclusiones?

Una: no me gusta mucho parecer conformista (¿a quién le gusta?), en temas como las revistas soportadas por los autores o las bases de datos que cobran tarifas, pero me molesta mucho más la irracionalidad cuando creo reconocerla, básicamente porque suele tener un alto precio.

Para evitar malentendidos, y como ya he señalado en los apartados correspondientes, entender de una forma no demagógica estos problemas, no implica aceptar que la situación actual sea la mejor. Al contrario, es altamente mejorable sin ninguna duda. Tanto en el tema de las tarifas de las bases de datos como los ACP soportados por los autores hay que seguir explorando y buscando mejores soluciones.

Dos: en varios de estos temas planea la idea/reclamación de que ciertas cosas, sino todas, vinculadas con la ciencia sean gratuitas. En concreto, se trataría de que las revistas académicas sean de acceso abierto, esto es, gratuitas para hablar claro porque, aunque abierto tiene más e interesantes matices, muchas veces lo que cuenta al final es esto.

Posiblemente la solución sería conseguir que los ACP soportados por los autores, pero sufragados al final vía proyectos de investigación, se pudiera generalizar de modo que no hubiera (idealmente) ningún autor que tuviera que poner el dinero de su bolsillo. Esto significa mayor inversión en este apartado por parte de los gobiernos, o simplemente, que los gastos que ahora destinan las universidades a suscripciones se desvíen a los ACP.

Lo mismo podría decirse del acceso a las bases de datos. ¿Qué mejor que un acceso abierto? De hecho, creo que acabará siendo una anomalía que todas las revistas sean de acceso abierto (si alguna vez sucede) y las bases de datos sigan siendo de acceso no abierto. Pero como en el caso de las revistas, no tiene sentido esperar que funcionen sin fuentes de financiación, tampoco tiene sentido dejar creer a la opinión pública que la información que proporcionan es la misma que producen las universidades, como si las universidades estuvieran gobernadas por majaderos que pagan por nada, o por corruptos sobornados por las bases de datos. 

Tres: obviamente esto es un trabajo de opinión, aunque creo que bastante fundamentado, así que es normal que genere desacuerdos (opiniones tenemos todos). A quienes no les guste, les invito a considerar proposiciones contrarias, o simplemente diferentes, pero si puede ser atendiendo a algún fundamento, y solo podré estar agradecido a quien haya prestado atención a este modesto escrito.